BIOGRAFÍA
LUIS ALBERTO RUPAYÁN PAILLAHUEQUE – «TATA UCHO»
19 de enero de 1926 – 30 de agosto de 2024 – País Chile
El 30 de agosto de 2024, a sus 101 años, emprendió su último viaje el querido Tata Ucho, dejando tras de sí un siglo entero de historias, trabajo y amor.
Nació en su querido campo de Pichidamas, en la zona de Dos Arrayanes. Era el mayor de siete hermanos. De joven, por trabajo, se trasladó a Osorno, donde se casó con su amada esposa, Rosario Peralta Aros, con quien compartió 60 años de matrimonio. Juntos formaron una gran familia que hoy es su mayor herencia: cuatro hijos —Teresa, Cecilia, María y Marcelo—, tres nietos criados como hijos —Francisco, Nicol y Andrés—, además de 13 nietos, 21 bisnietos y 4 tataranietos que llevan en la sangre su ejemplo y fortaleza.
Tiempo después, volvió con su familia al campo que lo vio nacer, donde cada amanecer lo encontraba alimentando sus gallinas, cuidando la tierra y preparando, con paciencia de artesano, la chicha que cada año maduraba en sus pipas.
Mapuche y lonco de la comunidad indígena Rupayán, fue un hombre de respeto, pero también de sonrisa fácil y mirada cálida. Trabajador incansable, recorrió caminos como chófer de taxi, camiones y colectivos; reparó estufas, carretas, y cultivó la tierra como buen agricultor. Siempre impecable, “bien cacharpeado”, como le gustaba decir, llevaba el terno con orgullo y elegancia.
Era un contador de historias nato: picaresco, risueño, regalón de su familia y eterno conversador. Le gustaba la música ranchera —sobre todo las canciones de Antonio Aguilar—, los buenos asados al palo, el vino tinto y las “latitas” de cerveza que llamaba sus “tarros”. Y cada cumpleaños era motivo de fiesta, reunión y brindis, porque para él la vida siempre fue mejor cuando se compartía.
En su último año, la vida lo llevó a la quietud de la cama. Pero incluso postrado, fue cuidado “como un príncipe” por su familia. Partió tranquilo, rodeado del amor que él mismo sembró durante más de un siglo.
Hoy lo recordamos con el corazón apretado, pero también con gratitud. Su voz sigue viva en nuestras memorias, su risa en nuestras sobremesas, su historia en cada reunión familiar. El Tata Ucho no se ha ido: camina todavía por los pasillos de nuestra memoria, nos saluda en cada amanecer en el campo y nos sonríe cada vez que suenan las rancheras que tanto amó.
Descansa, querido Tata. Tu vida fue un regalo. Tu recuerdo será eterno.

